HISTORIAS DEL ABECEDARIO II
Antonio Burló Con Desesperanza El Fin
Gigante Haciendo Inspiraciones Juntando Karma Lentamente Mirando Nuestra Octava
Película Quiere Reír Sin Término Ultrajando Vidas Wagnerianas X Yuxtapuestas Zoológicas
Antonio burló con desesperanza el fin
gigante, haciendo inspiraciones, juntando karma lentamente. Mirando nuestra
octava película quiere reír sin término, ultrajando vidas wagnerianas y
yuxtapuestas, zoológicas.
Antonio era vieje,
pero no era une anciane porque, simplemente, era, y nada más. Guiándonos sobre
lo que hoy en día entendemos por existencia, elle existía. Cosas como el amor y
el oxígeno - siendo uno de ellos más importante que el otro, aunque eso lo
dejaré a tu juicio, lectore – son reales, pero no visibles, y la humanidad es
conocedora de su realidad, al igual que de muchos otros elementos. Lo que no
cabe a imaginar debido a la supuesta cantidad de avances que ha habido en la
Tierra, es que hay una suma vasta de cosas que el ojo humano no ve y que el
cerebro desconoce… Eso les es reconfortante, es su gran y deplorable excusa
para sus acciones.
Prepárate para una
lógica y, por lo tanto, no excesivamente sorprendente noticia: la Humanidad se
ha autodestruido siete veces desde que un tal Deucalión y una tal Pirra le
dieron nacimiento en la ahora conocida como Primera Tierra. Así, habiendo sido
el resultado de una piedra y algo más, nació en aquel lejano momento el ser
llamado Antonio, que desde el primer instante sostuvo que su existencia carecía
de sentido alguno. Nunca compartió este pensamiento con nadie.
En aquella época
les humanes, sin haber pensado todavía en la muerte a causa de su juventud,
dedicaban su tiempo a orar y a entretenerse…
pero Antonio no podía hacer eso, sumido como estaba en la desesperanza causada
por su cuerpo. Los ojos, que le enseñaban la hipocresía en las acciones de
otres; los oídos, que le hacían escuchar mentiras; el corazón, que no le
permitía sentir como aparentemente lo hacían les demás; hizo que su mente solo
deseara un punto y final que no entendía ni entenderá: la muerte. Mas esta
nunca le fue concedida, pues alcanzó la mística y evolucionó hasta llegar a ser
libre, hasta llegar a ser un nuevo ser. Durante mucho tiempo tuvo la fe de que
algún día habría más como elle, pero eso no ocurrió, y continuó sintiéndose
solo. Se limitaba a inspirar y a expirar, sin dejar nunca de observar a sus
hermanos y hermanas, como cuando habitaba en el mismo plano que ellos y ellas.
Un día, en la
Primera Tierra, las poquísimas o muchísimas personas que la habitaban, sumidas
en el placer sensorial que no parecía variar pero sí bastar, fueron torpes
víctimas de plantas tóxicas que poco a poco, como medicina, se habían expandido
con el fin de acabar con el virus del mundo: les humanes. Cumplieron su
cometido, dejándolo todo en calma. Y fue este silencio el que confundió el alma
de Antonio, que no sabía cómo había de sentirse ante la desaparición de toda
posibilidad de compañía. Pero su aflicción fue acuchillada dolorosamente por la
esperanza: Él había heredado lo mejor de todo lo que había muerto. Él había
sufrido, había entendido realmente lo que fue malo, lo que fue bueno; pudo
mirar más allá de él mismo. Puso su fe en un nuevo comienzo.
Mucho tiempo pasó
hasta que elaboró un plan y lo desarrolló, pero el momento llegó. Cuando
encontró un nuevo mundo, se arrancó un brazo y lo dejó caer a la Segunda
Tierra, pero este experimento salió mal, pues los nuevos humanos, tras millones
de años de existencia, crearon nuevamente su final antes de poder entender lo
que las rodeaba. Esta Humanidad y el Mundo llegaron a su término a causa de una
primitiva y lenta guerra en la cual se disputaba el gobierno total de lo
conocido. Boom: el mundo explotó y
quedó desierto. El proceso de Antonio volvería a repetirse porque la herida de
la esperanza aún no había cicatrizado, y seguía envenenado. Pero no le
preocupaba porque tenía en mente que la repetición era necesaria para la
prolongación de su estirpe. Y, así, Antonio reanudó su técnica hasta cinco
veces más sin aburrirse, aprendiendo de sus errores. A veces le parecía
divertido que las personas fueran tan polémicas y se odiaran tanto por tan
grandes tonterías pues – elle lo sabía – estaban creades para vivir en
comunidad, estar juntes. Para su desgracia, a sabiendas de que equivocarse era humano,
las personas que creaba mediante la destrucción de sí misme erraban hasta
puntos impensables sin resultado alguno. Daba igual la buena intención que elle
pudiera tener porque, dando igual el tiempo que pasara, la autodestrucción era
inevitable.
Antonio mira a una
Octava Tierra, algo dolorido pero con tranquilidad, y con ganas aún de
sorprenderse. Elle estaba completade como entidad; de su humanidad solo
quedaban escasos restos. Por eso, como llevaba haciendo desde un tiempo
incontable, se limita a observar a las personas que, sabe, no son perfectas (y
nunca lo serán), pero falsamente confiaba en haber hecho lo mejor para
conservarlas en aquel recinto.
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