HISTORIAS DEL ABECEDARIO I
Algún Bicho Cayó Desde Esa Flauta Gigante
Habiendo Ingerido Jovialmente Kiwis Lindos Muertos No Operados Porque Quiso
Restaurar Sus Tetas Usuales Vendiendo Whisky Xenófobo Y Zapatos
Algún bicho cayó desde esa flauta gigante,
habiendo ingerido jovialmente kiwis lindos muertos no-operados porque quiso
restaurar sus tetas usuales vendiendo whisky xenófobo y zapatos.
Biriquita era un pequeño insecto de color rojo y negro con forma redondeada que sufría. Su Mundo era una gran bola de color azul y verde con forma redondeada que hacía sufrir. ¿Qué es lo que causa la diferencia entre ambos cuerpos? ¿Los colores, dices? Yo creo que no, idiota; yo sé que no. Ambos son organismos con forma de círculo, sí, mas el grande, el Mundo, cuyos habitantes son creadores de tormento, no hace nada por impedirlo a pesar de que él mismo se esté muriendo. Es como ese fumador que habita en la casa en cuyo jardín vive Biriquita: parece complacerse con su lenta destrucción. El insecto, de estar en la situación del anterior, optaría por una muerte directa y menos dolora, pero está claro que solo ha podido obtener su punto de vista debido a que él ha sufrido los males del Mundo.
El caso a tratar
te parecerá algo extraño, idiota, pero es totalmente verídico. Resulta que en
el Mundo del que hablamos, los bichos macho tienen pechos, senos, tetas… como
queráis llamarlos – personalmente me gusta la última palabra empleada, así que
esa usaré. Pues bien, al grano: Biriquita tiene tetas. O, más bien, las tuvo,
puesto que le fueron arrebatadas por una golondrina, teniendo que ponerse una
prótesis para no ser el hazmerreír en su trabajo de sexador de pulgones. Fue
entonces cuando comenzó a trabajar por las noches para una mafia macedonia con
la intención que le costearan una operación y, así, recuperar lo que había
perdido.
Biriquita adoraba
su nuevo trabajo, tanto como a ese cosquilleo que sentía al pensar en volver a
tener unas tetas que harían que todas las mariquitas de su arbusto se rindieran
a sus patitas. Su tarea, nocturna y siempre al son de unos gritos agudos
procedentes de la no tan lejana casa del fumador, consistía en vender zapatos
talla-bicho y una marca de whisky que hacía a quien lo bebiera que odiara a los
extranjeros, a los macedonios en este caso – esto tiene sentido porque si una
parte de la población odiaba a los macedonios, la mafia, consideraba, tendría
justificante para sus malvados ataques (o contraataques). Cierto era que
nuestro protagonista ignoraba voluntariamente todo el asunto bélico, adquiriendo
cualidades propias del Mundo ya que, como no impedía el mal, hasta un idiota
como tú podría entender que colaboraba con él. Además, tampoco hacía bien, en
mi opinión, trabajando de sexador, aunque eso no le importa a nadie y, al fin y
al cabo, se trata de un currante que se busca la vida, ¿no? Prosigamos.
Siendo vendedor
nocturno también tenía colegas con quienes compartía situación – a Luriquita le
faltaba un punto negro que quería pintar con algo permanente, y a Soriquita le
faltaba dinero para alimentar a su familia. Los tres, una noche en la que no se
presentaba ante ellos ni el fantasma del rey Hamlet, con un cosquilleo que
Biriquita no adoraba, pues se trataba de hambre, planearon ir a un contenedor
de basura cercano para que uno trajera algo exótico que llevarse a… ¿la boca?
¿El pico? ¿Qué diablos tienen las mariquitas? Hagamos una breve pausa como la
que hace nuestro protagonista, y así yo pueda hallar una maldita respuesta. […]
Tienen boca. Continuemos: Lo que Soriquita, la más desesperada, llevó a sus
compañeros fueron unos kiwis cortados a la mitad y medio comidos que, a pesar
de lo que puedas pensar, idiota, eran realmente suculentos a los ojos de
aquellos famélicos. Lo disfrutaron, ocultaron las pruebas, y volvieron a la
normalidad.
Esa misma noche,
horas más tarde, cuando el Sol pronto caminaría despacio en el cielo a causa de
su ancianidad, Biriquita estaba inconsciente en el suelo a causa de su
inconsciencia. Pero no estaba muerto, idiota, porque despertó, aunque no muy
lúcido. Tan desmañado fue al guiarse queriendo volver a su hoja, que tomó el
camino contrario y entró en la casa del ya mencionado fumador. No faltaban los
gritos, claramente, pero, para sorpresa del bicho, no salían del hombre como él
había pensado en un principio al no entender de muchas cosas humanas; una
pequeña lámpara iluminaba en medio de la oscuridad una escena de violación que
se infringía a una mujer.
Biriquita,
entendedor de lo que ocurría, recobró algo de lucidez y sintió repulsión al percatarse
de las similitudes entre él y el hombre pues, parecía, ningún organismo del
Mundo se salvaba de ser creador de tormento. Probablemente el humano, a pesar
de vivir en medio de la nada, también tenía un trabajo. ¿Sería un carnicero?
¿Un técnico nuclear? ¿Puede que un sexador de lo que sea que come esa especie? De
repente, ninguno aguantó más. Mientras uno se corría, el otro corría directo al
pene de carne… Un momento. Espero que me discuLpes, idiota, pero al igual que
prefiero la palabra “teta” por encima de otras con un significado similar, me
gusta más la idea de llamarle “flauta” a los aparatos masculinos – me gusta que
las cosas suenen divertidas.
Continuemos: Mientras uno se corría, el otro corría directo a la flauta de carne, y al ver a una mariquita en su cipote, el hombre, sin pensar, se lo golpeó repetidas veces mientras daba vueltas por la habitación en estado de histeria. La mujer humana aprovechó el momento de debilidad de su agresor para darle en la cabeza con una sartén, dejándolo sin sentido en el suelo. Biriquita, que se había caído del pequeño flautín durante aquellos instantes de caos, sintió alivio al ver el resultado de su buena acción, pero cerró los ojos y, yaciendo en su propio charco de sangre, nunca volvió a ver nada más.
Continuemos: Mientras uno se corría, el otro corría directo a la flauta de carne, y al ver a una mariquita en su cipote, el hombre, sin pensar, se lo golpeó repetidas veces mientras daba vueltas por la habitación en estado de histeria. La mujer humana aprovechó el momento de debilidad de su agresor para darle en la cabeza con una sartén, dejándolo sin sentido en el suelo. Biriquita, que se había caído del pequeño flautín durante aquellos instantes de caos, sintió alivio al ver el resultado de su buena acción, pero cerró los ojos y, yaciendo en su propio charco de sangre, nunca volvió a ver nada más.
Comentarios
Publicar un comentario